Cuando los padres adoptan un método de educación basado en una menor intervención, se centran en estrategias para la relación y usan la cinta aislante mental en los momentos en que falquea su resolución, se produce una onda expansiva en toda la familia. En cuanto reconocen el papel que desempeñan en cada interacción con su hijo y se proponen cambiar, sucede algo increíble.
No es raro que las familias sufran una metamorfosis que ni siquiera se creían capaces de experimentar. Pero el cambio necesita tiempo.
«Toda esta nueva manera de ejercer la labor parental tiene un precio. He descubierto que ya no pertenezco al club. Al club de padres estresados, que están al límite de su capacidad de aguante. Antes eso me permitía establecer vínculos con los demás. Intercambiábamos historias de terror y poníamos los ojos en blanco y cabeceábamos, convencidos de que nuestros hijos se habían propuesto volvernos locos. Sigo oyendo historias de terror, pero veo que ahora simplemente asiento, sonrío y digo cosas como <<Sí, es duro… ya entiendo lo que quieres decir>>.
Y es verdad que entiendo lo que quieren decir. Es duro. Muy duro, cuando intentas que todo vaya bien pero partes de una manera de pensar antigua, sin información nueva, información capaz de cambiarte la vida».
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