Cuando los padres se proponen usar la cinta aislante mental para abandonar un estilo de educación basado en la microdirección y emplear un método de menor intervención y centrado en la relación, los niños gozan de la oportunidad de descubrir que los errores forman parte de la vida y que poseen las cualidades necesarias para superarlos. Aprenden a hacer frente a la frustración, la decepción, el rechazo y la vergüenza sin reaccionar exageradamente, echar la culpa a los demás, incurrir en pataletas o pasar a la acción.
Estos niños no acuden a su padre o su madre en busca de todas las respuestas, sino que recurren a su propio compás interno para guiarse antes de pedir ayuda.
«Esta mañana mi hijo de tres años estaba echando leche en su vaso, colocado encima de la puerta abierta del lavavajillas (la culpa es de mi suegra, que me lo recomendó: si la bebida, los cereales o lo que sea se derrama, no pasa nada, basta con cerrar el lavavajillas). La leche salió rápidamente y el vaso se llenó hasta el borde. Mi hijo dejó el tetrabrik, apoyó las manos en sus delgadas caderas y dijo para sí: Y ahora, ¿cómo resolvemos este problema?. Me encanta ver que este pequeñajo ya se considera un solucionador de problemas: se considera responsable del problema y también es capaz de resolverlo.
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