Dicen algunos autores que han analizado la biografía de Don Santiago Ramón y Cajal, premio Nobel y gran científico español, que fue un niño hiperactivo.
Él mismo explica en Recuerdos de mi vida cómo a los 11 años fabricó con sus amigos un cañón de madera:
En aquel verano mis juegos favoritos fueron los guerreros, y muy especialmente las luchas de honda, de flecha y de boxeo. Pronto las encontré sosas e infantiles. Yo acariciaba más altas hazañas: aspiraba al cañón y a la escopeta. Y me propuse fabricarlos fuese como fuese […]
Cargose a conciencia la improvisada pieza de artillería, metiendo primero buen puñado de pólvora, embutiendo después recio taco y atiborrando, en fin, el tubo de tachuelas y guijarros. […]
Un ancho boquete abierto en la puerta nueva, por el cual, airada y amenazadora, asomó poco después la cabeza del hortelano, nos reveló los efectos materiales y morales del disparo, que, según presumirá el lector, no fue repetido aquel día. […]
Mi travesura tuvo para mí, de todos modos, consecuencias desagradables. […]
El monterilla [el alcalde], que tenía tambien noticias de otras algaradas mías, aprovechó la ocasión que se le ofrecía para escarmentarme; y viniendo a mi casa en compañía del alguacil, dio con mis huesos en la cárcel del lugar. Esto ocurrió con beneplácito de mi padre, que vio en mi prisión excelente y enérgico recurso para corregirme; llegó hasta ordenar se me privase de alimento durante toda la duración del encierro. […]
Así transcurrieron tres o cuatro días. Lo del ayuno, sin embargo, fue pura amenaza; y no porque mi padre se arrepintiese de la dura sentencia fulminada, sino por la conmiseración de cierta bueínsima señora conocida nuestra, doña Bernardina de Normante, la cual, de acuerdo sin duda con mi madre, forzó la severa consigna, enviándome, desde el siguieníte da del encierro, excelentes guisados y apetitosas frutas. […]
Se equivoca de medio a medio el paciente lector si presume que el pasado percance me haría aborrecer las armas de fuego; al contrario, sobrexcitó mi inclinación a la balística. Redújose el escarmiento a ser más cauteloso en ulteriores fechorías. Se fabricó otro cañón, que disparamos contra una terrera; pero esta vez, cargada el arma hasta la boca, reventó como un barreno, sembrando el aire de astillas. Éramos incorregibles.
Y dice D. Santiago:
En el fondo de mi afición a las armas de fuego latía, aparte del ansia de emoción, admiración sincera por la ciencia y curiosidad insaciable por el conocimiento de las fuerzas naturales. La energía misteriosa de la pólvora cauásbame indefinible sorpresa. Cada estallido de un cohete, cada disparo de un arma de fuego, eran par mí estupendos milagros.
Falto de dinero para comprar pólvora, procuré averiguar cómo se fabricaba. Y, al fin, a fuerza de probaturas, salí con mi empeño.
Y nos da pistas a los educadores:
[…] los educandos demasiado jóvenes muéstranse poco propicios, salvo honrosas excepciones, al estudio de las lenguas y de las matemáticas […] Todo esto llega a interesar, pero más adelante, desde los catorce o quince años […] A este error pedagógico sancionado por la ley, añádese todavía los inconvenientes gravísimos de la forma, por lo común seca y excesivamente abstracta, en que se expone la ciencia. Preocupado por el rigor lógico de las definiciones y corolarios, el maestro olvida a menudo una cosa importantísima: excitar la curiosidad de las tiernas inteligencias, ganando a la par para la obra docente el corazón y el intelecto del alumno.
¿Hiperactivo? ¿Brillante? ¿Inquietud y curiosidad científica? Este relato tiene un gran provecho pedagógico a pesar de los años transcurridos. Carlos González lo comenta en su libro «Creciendo Juntos. De la infancia a la adolescencia con cariño y respeto», libro que os invitamos a leer.
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