Compartimos con vosotros una historia del libro Amor es amar cada día, de Bill O’Hanlon & Pat Hudson Ed. Paidós.
Bill O’Hanlon es un referente en la terapia centrada en soluciones y en terapia de pareja. Os invitamos a conocerlo en esta entrevista.
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Había una vez un país en el todo el mundo era feliz y sano. El amor estaba por todas partes. La razón de toda esta dicha era que todo el mundo tenía un apéndice que crecía de un lado del cuerpo, una bolsa de piel que contenía pelusas calientes. Las pelusas eran pequeñas bolas parecidas a pollitos de un día, suaves y vellosos. Cuando alguien recibía una, se enternecía. Cuando recibía una por primera vez, era caliente y agradable, y, cuando penetraba, se convertía en amor y validación. La gente de este país iba de una lado a otro regalándose entre sí bolitas de pelusa calientes, así que naturalmente todo el mundo se sentía feliz, sano y querido.
Sin embargo, un día llegó una bruja que vendía por las calles sus pociones y medicinas para curar cualquier enfermedad. Como nadie enfermaba o era infeliz en este país, no podía vender nada. Estaba a punto de marcharse cuando se le ocurrió un plan. Se acercó sigilosamente a la primera persona que vio que estaba regalando una bolita de pelusa caliente y le susurró al oído: “Eh, no deberías estar regalando eso como si no hubiera un mañana. Vengo de un país donde había un virus que infectaba las bolitas de pelusa y causaba una gran escasez de ellas”. El hombre pensó en esto después de que la bruja se marchara y se quedó un poco preocupado. “Para estar a salvo”, pensó, “quizás haría mejor en guardar las bolitas de pelusa para mi familia. Nadie lo advertirá”.
De lo que no se daba cuenta era de que, como cualquier otra parte del cuerpo, la parte de las bolitas de pelusa se atrofiaba si no se utilizaba. Cuanto más se guardaba las bolitas para sí, menos fabricaba su cuerpo, hasta que un día extendió la mano hasta lo que siempre había sido una bolsa llena y sólo encontró dos bolitas. Se convenció de que el virus que atacaba a las bolitas de pelusa había llegado al país y empezó a ayudar a la bruja a difundir la noticia.
Al poco tiempo, todo el mundo estaba acumulando sus bolitas de pelusa y econtrando cada vez menos en sus bolsas. La gente comenzó a enfermar de toda clase de nuevas afecciones; y, lo que es peor, todo el mundo se sentía muy solo, indigno y no querido. La bruja estaba haciendo un negocio redondo. Incluso abrió una tienda que vendía bolitas de espinas frías, que se parecían a las bolitas de pelusa caliente, pero estaban hechas de piel de imitación. Cuando alguien recibía una de regalo, como si fuera una bolita de pelusa caliente auténtica, se sentía bien; pero, cuando absorbía el falso sustituto, se sentía vacío y triste. La situación era terrible en el país de las bolitas de pelusa calientes.
Un día, llegó a la ciudad una mujer desconocida con una gran bolsa llena de bolitas de pelusa que regalaba a todo el mundo. La gente intentaba avisarle del virus, pero ella hacía caso omiso de las advertencias. Después de varias semanas, los demás pudieron ver que seguía teniendo la bolsa repleta de bolitas de pelusa. Sintieron curiosidad. “¿No veis que cuanto más dais, más conseguís?”, dijo la mujer. Parecía descabellado e ilógico, pero convenció a unos cuantos y, pronto, sus bolsas de bolitas de pelusa calientes también estaban llenas. Se extendió el rumor y la gente volvió a su antigua costumbre de ser generosos. A la bruja la obligaron a cerrar sus tiendas y marcharse.