Cuando los hijos adolescentes descubren su libertad, sus padres experimentan una disminución de su propia importancia. Se les presenta entonces la oportunidad de que la relación con su pareja y sus proyectos personales vuelvan a recobrar su espacio.
Esto puede dar miedo, si la conexóin emocional ha sido relegada y no está fuerte.
Pero es una etapa bella para los padres y para los chicos.
Jesper Juul desarrolla esta idea en sus libros, por ejemplo, en «Su hijo: una persona competente». Recomendamos su lectura.
Cuando los padres se ajustan con mucha dificultad a esta etapa, en ocasiones se «vuelcan» sobre los chicos, y se pierde serenidad y distancia.
El trabajo en terapia es ayudar a los padres a situarse en una relación con chicos adolescentes que exige unas cosas diferentes a cuando eran niños.
Algunas preguntas que podemos hacernos los adultos en la relación con los muchachos son:
¿Cómo podrán desarrollar las nuevas capacidades coginitivas, como la reflexión y la argumentación si para el adulto el adolescente es rígido e incapaz de ver sus alternativas?
¿Cómo vivir la privacidad y la necesidad de un espacio propio, si el adulto lo percibe como un alejamiento que le puede llevar a conductas indeseables fuera de su control?
¿Cómo hacer un camino de responsabilidad si no propiciamos contextos de autonomía, por temor a que no tomen la “decisión correcta”?
¿Cómo poder expresar sentimientos e ideas si entran en contradicción con los ideales y valores del adulto? ¿Dónde y cuándo van a poder llevar a cabo su proceso de crecimiento hacia la autorregulación?
Para desarrollar todas estas competencias, la adolescencia necesita un espacio sin mirada, sentir que los adultos confían plenamente en que conseguirán con éxito hacerse cargo de ellos mismos y experimentar el deseo de crecer.
Al igual que un alumno es incapaz de prestar atención a sus respuestas de examen cuando la profesora se encuentra a su lado vigilando lo que escribe, un hijo es incapaz de prestar atención a sus intereses e iniciativas genuinos con unos padres controladores que, en definitiva, son inseguros y se entrometen en exceso en el proceso de seguir siendo, de construir su identidad.
El modo de avanzar no es otro que la experiencia, es decir, el afrontamiento de situaciones de conflicto moral, el aprendizaje de la gestión de las propias emociones en situaciones de riesgo, el conocimiento generado por la evaluación de las consecuencias en uno mismo y en los otros de las decisiones tomadas, integrando así las posiciones diferentes y desarrollando la prudencia en el juicio a través de la experiencia. No es nuevo, lo sabemos. Es de Aristóteles por lo menos.
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