Compartimos con vosotros una reflexión al hilo del libro Maneras de Amar, de Amir Levine y Rachel Heller.
Si has tenido dificultades en relaciones de pareja o actualmente estás en un mal momento, te recomendamos su lectura. Para hacer terapia de pareja, contacta.
Mucho antes de que se desarrollara la tecnología necesaria para captar imágenes por resonancia magnética, John Bowlby comprendió que la necesidad de compartir la vida con una figura especial está grabada en los genes y no tiene nada que ver con lo mucho o poco que te quieres a ti mismo o con lo realizado que te sientes. Descubrió que, cuando escogemos a una persona por encima de las demás, unas fuerzas poderosas y a menudo incontrolables se desencadenan. Nuevos patrones de conducta se ponen en juego, por muy independientes que seamos y a pesar de nuestra voluntad consciente. Una vez que hemos elegido pareja, no tiene sentido preguntarse si hay o no dependencia, siempre la hay. Una agradable coexistencia que no incluya sentimientos incómodos de vulnerabilidad y miedo a la pérdida, suena de maravilla, pero no forma parte de nuestra biología.
En cambio, lo que ha demostrado proporcionar una gran ventaja en la «competición por la supervivencia» -los autores usan esta expresión pero creemos más correcto decir colaboración por la existencia- a lo largo de la evolución es la capacidad de la pareja humana de convertirse en una unidad psicológica, lo cual significa que cuando ella reacciona, yo reacciono, o cuando él está inquieto, su angustia me perturba a mí también. Él o ella forman parte de mí y yo haré cuanto esté en mi mano para rescatarlos, albergar un interés tan interiorizado en el bienestar de la otra persona se traduce en una importante ventaja de supervivencia para ambas partes.
Pese a que cada estilo de apego se relacona con esas fuerzas tan poderosas de una manera distinta, todos ellos están programados para conectar con alguien que consideran especial.
¿Significa este principio que para ser felices en el seno de una relación tenemos que ser uña y carne con nuestra pareja o renunciar a otros aspectos de la vida, como la profesión y los amigos? Paradójicamente sucede todo lo contrario. Resulta que la facultad de enfrentarse al mundo desde la autonomía a menudo nace de la seguridad de saber que contamos con alguien que nos apoya; es la «paradoja de la dependencia». Al principio, cuesta discernir la lógica de este principio. ¿Cómo es posible que seamos más independientes si dependemos tanto de otra persona?
Aunque el apego adulto y el infantil no son exactamente iguales, sí nos sirve para intuir esta idea. Sólo un niño satisfecho en sus necesidades, se atreve a descubrir, a experimentar, a aprender. Sólo un niño tremendamente dependiente y amado, puede ser independiente.