El duelo por un hijo es una de las situaciones más límite para una persona, y también para una pareja. Es una situación que se vive como algo muy antinatural, casi injusto. Es habitual que haya (sobre todo por parte de la madre pero puede ser en ambos) sentimientos de culpabilidad, y esto es difícil de llevar (“si hubiera hecho…, no me cuidé suficiente, si yo le hubiera dado más cariño…”) o peor todavía, culpar al otro progenitor de alguna manera.
La culpa en la madre no es algo patológico si se razona y encaja con serenidad. Al fin y al cabo, ella siente en lo más profundo de sí la vocación de dar vida. La vocación es una responsabilidad, todo su cuerpo y su espíritu (su psique=alma) está hecho para gestar, parir, proteger, alimentar… y luego soltar, dejar crecer. Y algo ha ocurrido. No ha sabido, no ha podido proteger a su bebé. Es una hermosa huella de la vocación maternal.
Podemos escucharla, comprender esos sentimientos, y también contemplar con ella que el amor de una madre no se acaba con la muerte. A veces la culpa entendida como responsabilidad puede llevar a cambios positivos y crecimiento personal. Otras veces el preguntarse “si yo hubiera hecho, o no hecho…” es una forma de huir de la realidad, de dar vueltas para no aceptar que sea como sea, el niño ha muerto.
Podemos estar, hacer compañía. No escapar del dolor. Escuchar un 80% del tiempo y hablar un 20%.
Abrir las puertas de la comunicación pero no forzar. Por ejemplo: preguntando qué hace, ofreciendo ayuda concreta (quizás tareas domésticas u otras que necesite).
Esperar momentos difíciles. No asustarse. Permanecer acompañando.
Si hay oportunidad podemos compartir algo de nuestra propia experiencia de pérdidas, siempre teniendo mucho cuidado en “no medirlas”, “no compararlas” y aceptando las actitudes y formas de afrontamiento del otro, que pueden ser distintas de las mías.
Contacto físico, afecto, cuidados.
Ser paciente con la historia de la persona en duelo. Escuchar. No tener prisas por verla recuperada.
Minimizar su sufrimiento.
Utilizar frases hechas.
Decirle lo que tiene que hacer o sentir.
Mostrar impaciencia.
Ofrecimientos sin concretar: “llámame si me necesitas”.
No ocuparse de la persona y delegar en otros. Evitar.
Dar consejos.
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