Hoy escribo sobre psicología y espiritualidad, sólo unas notas breves por si os resultan interesantes para comenzar un diálogo y queréis escribirnos.
En terapia trabajamos con lo que nos plantea el cliente y procuramos explorar las dimensiones de la persona: orgánica / física; psíquica / mental; espiritual. Viktor Frankl habla de conocer la “persona profunda”. Trabajamos con lo que trae la persona pero buscando conocer eso desde varias dimensiones: lo que dice su cuerpo; lo que dicen sus hechos, su ciclo vital, sus dificultades de relación, su familia…; lo que dice su “persona profunda”, libre y responsable ante el sufrimiento (cómo ha afrontado o evitado las dificultades, fortalezas, qué busca).
Por ejemplo preguntamos: Qué quiere conseguir en concreto. ¿Cómo se vería? ¿Cómo lo notaría?; Si el sufrimiento persiste sin hacer cambios, qué va a ocurrir (en ti, en otros, consecuencias); ¿Qué cosas ha intentado? ¿Cuáles funcionan?; Si las cosas van mejor, ¿cómo lo va a notar? ¿qué hará de forma diferente? ¿cómo lo notarán los otros? ¿Quién lo notará antes?
También la pregunta de ¿Para qué? Facilita el diálogo sobre el sentido de la vida, sobre la orientación de nuestros actos… Ej: ¿para qué te casaste? ¿Para qué mejorar? ¿Para qué estamos aquí, en el mundo? (esta por ejemplo se puede usar con chavales adolescentes, que están construyendo su identidad, buscando su vocación…).
En la conversación terapéutica aflora también la idea de persona que tenemos los terapeutas. Nuestra mirada de no juicio, de asumir responsabilidad, de dinamismo (uno que pegó no ES un violento, una que fue infiel no ES egoísta incapaz de compromiso) El otro cambia, crece. Esto tiene que ver con nuestra idea de ser humano y trasciende lo material.
El terapeuta no es un guía espiritual, el otro no necesita la “iluminación” del terapeuta. La persona que acude al terapeuta busca un acompañamiento temporal de su caminar en la vida. Quizás la imagen de una escalera «interminable» refleje cómo a veces tenemos obstáculos más duros, que requieren un apoyo. Un apoyo que respete su libertad.
En ocasiones hay personas que ante el sufrimiento, su capacidad de decidir amar, su generosidad, te hablan de espiritualidad. Pero no es su lenguaje. Su lenguaje es el amor, el deber, el compromiso con los otros, el sentido de la responsabilidad… Es necesario respetar su lenguaje. Pero sí se puede profundizar en ello, amplificarlo, darle importancia, dedicarle tiempo y, a veces, se generan momentos en terapia en los que las palabras se quedan cortas, y los gestos sencillos, profundos (ej: silencio, mirar a los ojos, coger las manos, un abrazo) proporcionan ese sentido más trascendente.
Para las personas que se manifiestan religiosas, la espiritualidad es un recurso muy potente. Una religiosidad sana se relaciona con más salud mental, con resiliencia, con mejor superación de las dificultades, etc. Así que las consecuencias que tiene la espiritualidad en la vida de cada persona: equilibrio, paz, vida “congruente”, persona cercana, transparente, que resuelve problemas… se pueden trabajar. En psicoterapia trabajamos la parte sana. Cultivamos las facetas que alimentan la trascendencia: cuidado personal, profesional, pareja, relaciones familiares y amistades, desarrollar la vocación, saber recibir, agradecer, pedir, dejarse ayudar. Los hábitos saludables facilitan la conexión, el autoconocimiento, la paz interior. Nadie puede dar lo que no tiene, lo que no ha vivido.
¿Encontramos una espiritualidad sana? A veces sí. Por ejemplo ante la enfermedad y la muerte. Personas que descubren un sostén de una forma más nítida. Que la vivencia de la enfermedad les cambia, les hace menos materialistas, más conectados con los otros, con lo importante; más capaces de ver la belleza. Les hace mejores personas. En el duelo el tema explícito suele aparecer casi siempre. En nuestra experiencia con familias que han pasado procesos de duelo perinatal aprendemos mucho.
¿Y si la vivencia de la espiritualidad no ayuda? Esto lo dejo para otro post…
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