Compartimos con vosotros una reflexión al hilo de una visita a «Menores» en una provincia española.
Si este post te resulta sugerente, escríbenos con tus reflexiones. Muchas gracias.
Hoy me ha tocado, por cuestiones de trabajo, acompañar a una mujer a la Delegación de Menores. Era mi primera vez. Escribo casi como «acto terapéutico».
Llamemos a la mujer María, 30 y pocos años. Tiene un bebé de 4 meses. Y sólo una visita semanal de un par de horas. María lucha por recuperar a su bebé.
Hoy la acerqué yo (unos 60 km) pero lo normal es que utilice el transporte público pagado por alguna ONG.
Llegamos a unas oficinas de la Delegación, donde hay algunas personas esperando ante una ventanilla de información de política social, en la que escuchamos las vidas de las personas mientras solicitan información acerca de las ayudas sociales. La sala tiene una maquinilla de números (tipo charcutería).
A continuación una chica de seguridad pregunta quién soy yo. Soy una «amiga».
Nadie nos recibe. Nos sentamos en unas sillas de plástico de esas que hay a veces en los hospitales… en las urgencias. De esas pegadas a la pared. Y esperamos. Yo le pregunto a María si siempre es así. Me dice que sí, que hay que esperar. Y allí esperamos, escuchando la charla de la sala de espera de al lado, a un hombre en el mostrador hablando de la ayuda que ya agotó…
Al cabo de 15 – 20 minutos, porque llegamos temprano, aparece una mujer con un carrito con su bebé. Parece amable. Es la persona que acoge al bebé temporalmente. Le explica a María dónde están las cosas y dice que se va a hablar con las técnicos de menores. Desaparece unos minutos. Vuelve y nos dice «hasta las 13:30h».
María está ya encantada con su bebé, haciéndole monerías, dándole besos y hablándole con un amor cuidadoso. Salimos a la calle. Hoy hace un día precioso, pero por mi cabeza pasan otros días de temporal, de frío o lluvia.
Caminamos sin ninguna dirección. María quiere tenerla ya en su colo (regazo) y viene con una mochila preparada para llevarla sin el carrito. Está alegre.
Me parece que quieren intimidad, que su amor requiere cuidado, espacio,… y me despido, a mis cosas.
Cuando regreso a las 13:20h encuentro a María contenta pero algo nerviosa y al bebé durmiendo. Y el mismo sitio gris, con sillas de plástico. A los pocos minutos viene la persona que acoge al bebé, parlotea un instante con la mamá y va a buscar al técnico de menores, otra mujer. Se acerca, dice alguna palabra sobre el bebé y se despiden.
El carrito con su bebé se va.
La mamá le dice a la mujer técnico que quiere hablar con ella un momento. Ella se muestra inexpresiva. Le pide que le gustaría tener una copia de su expediente, de su documentación. La técnico de menores me mira y dice ¿eres abogada? Yo le digo: no. Inexpresiva, dice: vale, ahora vengo.
Trae una instancia y dice que la presentemos por Registro. Me vuelve a preguntar si soy abogada. Le digo que no. Se queda un momento como esperando una explicación. La mamá le dice que yo le echo una mano con el idioma.
Nos quedamos allí en las sillas, la mamá cubre el papel y lo lleva a registro (después de coger el número y esperar un rato). Le digo a la mamá que no preguntamos cuánto tardarían en darnos lo que solicitamos.
Volvemos a hablar con la mujer de seguridad. Avisa. Esta vez viene otra mujer, más grande que la anterior que era pequeñita, más sonriente. María le pregunta si sabe cuándo tendrá lo que ha solicitado. La mujer técnico le dice si tiene prisa, si se lo pide la abogada, si tiene algún plazo, etc. Menciona la palabra abogada dos o tres veces pero no responde a la pregunta de María. Dice que va a preguntar.
Vuelve. Se sienta con María en las sillas y empieza a parlotear acerca del procedimiento administrativo y otros avatares: que le tienen que pasar el papel del registro, que quizás lleve un tiempo, que quizás se lo puedan dar en alguna visita para que no tenga que venir a buscarlo, que fulanita está de vacaciones, que quizás el otro funcionario (sustituto) tenga tiempo, etc, etc. Yo escucho a cierta distancia. Cierro los ojos y me parece que es el mismo tono que utilizan los abuelos con los niños pequeños a veces, dando mil rodeos, pensando que no van a entender, no dando respuesta a lo que se pregunta. Me enfada. Es paternalista. Es violento.
La mamá pregunta si sabe el plazo, sólo quiere saber el plazo, si una semana, quince días o un mes. No consigue una respuesta clara. María le dice que prefiere cuanto antes, que del registro a sus mesas sólo hay 10 pasos y son unas fotocopias. Lo hace controlándose, con una sonrisa, pero con dignidad.
Nos vamos.
En principio podemos definir la violencia como hacer algo con fuerza y exceso contra alguien. No existe una violencia que agote ese concepto, sino violencias muy diversas. Este pequeño relato quiere mostrar una situación de violencia institucional, a mi juício. Una mamá que no puede ver a su hija en un lugar agradable, que no puede conocer su cuarto actual, su espacio, una mamá a la que no hablan apenas. Que desconoce el sistema y sus derechos. Que nadie se los explica y cuando pide algo, siente que no quieren ayudarle.
Una persona, una mujer, que ya ha sufrido otras violencias, impotencias, frustraciones, pero que ama a su bebé por encima de todo y está luchando con dignidad. Una mamá que cada semana se enfrenta a esa situación y ¿al día siguiente? El dia siguiente y el otro, y el otro… sigue luchando a pesar de un terrible dolor.